Inicialmente iba destinado a Trojes (Honduras) a una pequeña parroquia rural que atiende a numerosos poblados muy dispersos por las montañas hondureñas. Pero, pocos días antes de partir (mi avión salía el 7 de julio) estalló el conflicto político en Honduras con el golpe de Estado y la situación se puso bastante fea. El toque de queda y la fuerte presencia militar no aseguraban la estabilidad en el país. Cambiaron mi destino a Managua (Nicaragua), y no sin pena accedí en el cambio. Nicaragua era un terreno novedoso y no explorado para este tipo de experiencias en que se envían a jóvenes voluntarios a colaborar en el terreno y a mí me pidieron ver qué tal era, para ver la posibilidad de enviar luego más gente allá.
En Managua los misioneros redentoristas tenemos dos comunidades que atienden dos parroquias de la capital nicaragüense: El redentor (parroquia más céntrica) y la Santísima Trinidad (a las afueras de la ciudad). Yo estaba destinado a esta última, ese iba a ser mi primer destino misionero en América y allí me esperaba una comunidad de tres personas, dos sacerdotes y un estudiante teólogo en año de práctica pastoral.
Ante estas y otras realidades que me encontré, yo me sentí invitado como misionero, a decir una palabra. No mi palabra. Sino la Palabra de Dios. Para poder proclamar esta Palabra de manera creíble, intenté no dedicarme a una única cosa sino trabajar con mis hermanos las distintas dimensiones de la fe:
- Palabra celebrada. Ante todo, yo iba a Nicaragua como misionero y anunciador del evangelio, como redentorista, y esto hacía que la tarea pastoral y evangelizadora ocupara un lugar central de mi atención y de mis esfuerzos allí. Gran parte del tiempo lo pasé celebrando la fe con las pequeñas comunidades cristianas de los barrios que me rodeaban en: eucaristías y celebraciones de la Palabra, asambleas familiares en las casas, visitas de enfermos, predicaciones… oraciones de otro tipo. Estas ocasiones eran momentos privilegiados para compartir la fe con otros creyentes y descubrir la peculiaridad de su cultura y la riqueza de su manera de entender y celebrar a Cristo. ¡Mucho más viva y con más alegría de lo que en Europa estamos acostumbrados!
- Palabra formativa. Esa misma palabra compartida en oraciones y eucaristías empujaba a profundizar en nuestra fe y hacerlo de manera formativa, que pudiera aprovechar a todos y ampliar la riqueza de miras que podemos tener. En este ámbito pudimos hacer la visita a las asambleas domésticas que hacían adultos y niños en sus hogares, y también encuentros juveniles de formación y consolidación de una pastoral juvenil. Así como también la catequesis de niños que yo acompañé en menor medida.
- Palabra caritativa. Llega un momento en el que la fe no se me podía quedar en oración o formación; mi visita no podían ser sólo palabras que arrastrara el viento. Por ello, otra dimensión de mi presencia en Centroamérica era la parte social y humana. También fui enviado en este viaje no sólo como misionero, sino además como miembro de la ONG redentorista española “Asociación para la Solidaridad”. Una ONG para el desarrollo que busca ayudar a estas situaciones de especial necesidad, colaborando con el apoyo a las misiones redentoristas. La otra parte de mi trabajo era reunirme con la gente de los barrios y escucharlos, saber cuáles eran sus problemas, sus necesidades, sus inquietudes, y ayudarles a formarse y a redactar un proyecto de desarrollo para sus realidades empobrecidas que responda al bien de la mayoría.
Esta última parte de mi tarea fue especialmente enriquecedora para mí. Suponía iniciarles en una forma de trabajar nueva para ellos, cooperativa, de asociación, en la que nadie está por encima de nadie ni tampoco nadie podía adueñarse de un proyecto que era siempre de la comunidad, pertenece a todos (Por ello leíamos Juan 13). Les intenté enseñar a trabajar juntos por algo que beneficiaba a más personas que a ellos solos. Aunque conseguimos juntos formular varios proyectos que ayudaran a responder a sus necesidades más inmediatas, yo no siento que haya hecho mucho por ellos. Más bien creo no haber aportado nada que no estuvieran haciendo ya los otros tres redentoristas. Mi visita sólo sirvió para ensanchar mi mente y mi corazón escuchando a gente que sin tener mucho es capaz de dar lo mejor que posee y agradecer infinitamente el más mínimo detalle.
Así son los nicaragüenses, cálidos, como su país; generosos y acogedores. Me hicieron sentir en casa, en familia, y me enseñaron a ser un poco más y mejor misionero. Por eso, y aunque pueda parecer tópico, siento que yo he de agradecerles mucho más de lo que ellos me agradecieron a mí, verdaderamente recibí mucho más de lo que di. Gracias. Creo que ahora puedo seguir estudiando teología mucho mejor. Con los pies en la tierra. Y con la cabeza abierta a más realidades que las de Europa, y teniendo presentes en la memoria muchas nuevas personas y realidades que me ayudan a crecer en mi fe y en mi amor a Dios y a los hombres. No lo olvidaré fácilmente.
Víctor Chacón Huertas, CSsR
(Comunidade dos redentoristas de Managua; Victor é o último do lado direito)
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